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jueves, 15 de noviembre de 2018

LA CUEVA DE LAS CALAVERAS 

(Leyenda)


Aproximadamente a dos leguas del asiento minero de Atacocha, a la vera del camino de herradura que lo une al Cerro de Pasco, puede verse una caverna de regulares dimensiones que lleva el lóbrego nombre de: “La cueva de las calaveras”. Para explicar su origen, el pueblo ha mantenido -generación tras generación- el relato que hiciera un sirviente negro, testigo único de un espeluznante fratricidio de tres hermanos
Estos tres jóvenes hermanos –cada uno peor que el otro-  eran hijos del más poderoso y diligente minero cerreño del siglo XVIII, don Martín Retuerto. Sus inmensas propiedades habían crecido tanto que bien podía decirse que era el dueño de la Ciudad Real de Minas. Sin embargo, los frutos que le prodigara la fortuna no estaban parejos con los que la naturaleza le había deparado. Cada uno de sus hijos y los tres juntos eran la encarnación de todos los vicios aposentados en esta nivosa comarca. Lujuriosos, bebedores, tahúres, mentirosos, tramposos, cínicos…
La pertinacia de un trabajo agotador que le hacía pasar horas enteras dentro de los socavones, mató al viejo Retuerto. Un día fue encontrado exánime sobre los metales que había acumulado. Sus ojos abiertos en una terrible interrogante de la nada, resaltaban en su rostro cianótico y barbado. Nadie le lloró. Es más, los tres malandrines dispusieron que fuera inmediatamente sepultado en el campo santo  de Yanacancha. Los rivales del viejo difunto ¡Cuándo no! se apresuraron a ofrecer reluciente monedas contantes y sonantes por las pertenencias mineras. Ni cortos ni perezosos los tres “deudos” pignoraron yacimientos, ingenios, lumbreras, malacates, herramientas, mulas, avíos, etc. a “precio huevo”, ante la admiración general. Total, los “herederos” estaban felices de haberse desligado del rigor paternal que los hacía inmensamente ricos.
Como es fácil suponer los dineros de la venta no duraron mucho. Pronto se esfumaron en sedas, afeites y joyas con las que emperifollaron a sus “queridas” en báquicas reuniones regadas de chatos de manzanilla, jerez español, coñac, champañas y vinos franceses con los que celebraron a sus amigotes; en las escabrosas sesiones de depravación con las más afamadas hetairas de aquello tiempos y, sobre todo, en los verdes tapetes de los garitos cerreños en los que, sin retirarse de sesiones de días enteros, alternaban en rocambor, trecillo, veintiuno, briscán, criba, cu-cú, imperial, mus, monte, siete y medio, póker, tute, etc. Siendo expertos en oros, copas, espadas y bastos, encontraron a más diestros que ellos. La experiencia la pagaron muy caro. En poco tiempo, como es de suponer, quedaron con los fondos esquilmados.
Así las cosas, en la idea de que un matrimonio ventajoso los sacaría de la ruina final, partieron a la muy noble Ciudad de los Caballeros del León de Huánuco y, una mañana, muy de madrugada, el pueblo los vio salir en compañía de su único y fiel criado negro.
Cuando los viajeros se hallaban muy cerca de donde más tarde sería Atacocha, fueron sorprendidos por una fuerte ventisca que los hizo cobijarse en una caverna que hallaron a mano.
Ya dentro, con el criado cuidando de sus cabalgaduras a la puerta, decidieron echar una mano de dados en tanto la tempestad amainara. En vano. La nieve siguió cayendo toda la tarde. Cerrada la noche encendieron dos viejas lámparas mineras que las colgaron de las paredes del antro; extendieron una frazada sobre la rocosa superficie y, en este improvisado tapete, apuraron los vaivenes de un lance.
Las horas transcurrieron implacablemente silenciosas, pero cargadas de una tensión cada vez más sombría y amenazadora.
Codiciosos y taimados “timberos”, se enfrascaron vehementes en el torbellino del juego. Las bolsas con sus contenido argentífero cambiaba de dueño a medida que la blancura cubría los campos; los dados, en sus caprichosas variantes numéricas fueron señalando alternativamente la suerte de los jugadores.
Clareando ya el día, el mayor había logrado adueñarse de las bolsas de sus hermanos que al no tener más que apostar, pusieron sus relucientes puñales sobre el improvisado tapete. Era lo único que les quedaba. En el postrero y definitivo lance, nuevamente la suerte sonrió al mayor. Fue lo último que logró en el juego. Cuando estuvo a punto de coger sus ganancias, los menores lo atacaron a puñaladas. Con los ojos enormemente abiertos por la sorpresa del ataque; la boca torcida en un truncado grito de protesta, cayó desangrándose inconteniblemente.
Dueños ya del codiciado pozo, comenzaron el reparto; pero avarientos, ansiosos de poseer cada cual todo el caudal jugado, se enfrascaron en una agria discusión que desencadenó una brutal reyerta. Con los puñales en ristre, ciegos de codicia y obnubilados de ira, fueron tasajeándose uno al otro, hasta que, exangües y agotados, ambos cayeron definitivamente abatidos. Los tres murieron cosidos a puñaladas.
Mucho tiempo después, los cadáveres fueron encontrados por la gente piadosa del lugar y los enterraron en la misma caverna. Transcurridos los años y ante la negra leyenda que decía que en las noches vagaban gimientes los esqueletos de los hermanos, los lugareños separaron las calaveras de los cuerpos y las colocaron en unos agujeros de la pared, a manera de hornacinas, en donde hasta ahora se hallan. A partir de entonces, los que se atreven a transitar por aquellos andurriales, aseguran que se oyen desgarradores gritos, maldiciones y execraciones. A la medianoche aparecen tres espectros condenados que lloran inconsolablemente.
La confesión hecha por el criado en su lecho de muerte, ha permitido que el pueblo llegue a conocer este espeluznante suceso. Ahora ya nadie transita por aquel lugar maldito.

EL CONDENADO 

(Cuento popular)


Una muchacha estaba muy enamorada. Ella y el muchacho habían jurado "morir juntos". Pero los padres de los jóvenes se opusieron a su unión. Éstos, porque se amaban con pasión, se fueron a vivir a una cueva. Desde allí, el joven iba a robar alimentos a la casa de su mamá. Entonces, su hermano lo había sorprendido y, confundiéndole con algún ladrón, cercenó su cuello con un hacha. Sólo su alma llegó donde la muchacha, como que nada hubiera pasado. El muchacho se estiró al lado de ella. Entonces el perrillo de la joven empezó a lamer al cuello de él, porque estaba ensangrentado. Ella ni se dio cuenta. El joven le había dicho: "Mi hermano se ha muerto. Mañana lo enterrarán. Después de hacerle su lavatorio [ritual del lavado de ropas] nos iremos". Al día siguiente retornó diciendo que iba a sepultar a su hermano. Como la casa de los padres del joven no estaba muy lejos, la muchacha observaba lo que pasaba allí. La casa estaba con mucha gente. Su prometido atendía muy comedido a las visitas. Pero por la tarde, como si estuviera vivo regresaba trayendo alguna comida. El día del entierro, terminando de abrir la fosa, introdujeron al ataúd en ella. Entonces su enamorado se metió dentro de la sepultura, y salió cuando terminaron de cubrirla. Entonces la muchacha se asustó y se interrogó: "¿Qué está sucediendo?". Así dicen que ya llegó el quinto día [día del ritual del lavado de ropa]. Él se fue nuevamente. Cuando la muchacha observó, el muchacho estaba ayudando en los quehaceres: servía comida a las visitas. Después de los rituales del quinto día, el joven regresó por la tarde, siempre trayendo alguna cosa. Él dijo: "Ahora nos iremos" y alistó sus cosas, luego emprendieron la marcha. La muchacha iba delante, su perrillo iba en medio, él iba detrás. Cuando ya iban muy lejos, una mujer que pastaba sus ovejas dijo a la muchacha: "Oye joven, ¿Estás loca o qué? Te estás haciendo llevar con un alma". Al oír a la pastora, la joven recién miró hacia atrás, entonces vio que un alma venía con su mortaja. En ese mismo instante la muchacha cobró juicio. Los perros también empezaron a aullar lastimeramente. La muchacha continuó pero iba aterrorizada. En el trayecto, ella vio una casa, a cuya dueña suplicó llorando: "Por favor escóndeme". La mujer la escondió debajo de una tarima. Aún así, el alma, jalándola por la mano, se la llevó. Así llegaron a un inmenso corral. Allí, vio que dos mujeres agarraban flores. La mujer del lado derecho dio a la muchacha un peine, un espejo y un jabón. "Cuando el condenado se esté aproximando, arrojarás el peine al suelo. Cuando nuevamente se aproxime arrojarás el espejo, luego el jabón. El peine será un cerco de espinos, el espejo será un lago, y el jabón será un suelo resbaladizo". La muchacha hizo como le indicó la mujer, pero, aún así, la alcanzó y la agarró de la mano y se la llevó. Así llegaron a un lugar donde había una inmensa hoguera a la que el alma arrastró a la muchacha, cuando estuvo a punto de ser abrazada por el fuego, su perrillo, de su pollera, la jaló hacia atrás. Así, el alma sola penetró al fuego. En esa inmensa hoguera dice mucha gente muerta están ardiendo. La muchacha regresó llorando. 

EL PISHTACO En varias zonas del Perú se narran historias acerca de seres malvado y demonios que recorren las zonas altas de  Los Ande...